lunes, 5 de abril de 2010


Hay un cuento intrépido que escribí una vez, hablaba de miedos audaces, soledades cortejadas, ilusiónes desesperanzadas y lágrimas escurridas. Repiqueteaba como una melodía desafinada que se sumergía, se alzaba y se desplomaba en una sola nota. Era parecido a cuando en el otoño entre tantas hojas secas con galantería encontrás una flor perdida de petalos desaliñados, resultaba casi homólogo a cuando por poco alguién remoto lejanamente se tiñe, te envuelve y se convierte en una parte lindante tuya que no podes ahuyentar. Sinceramente hablaba del sentimiento más opaco y deslucido de todos que se aviva en rélampagos, si ubierse sido un cuadro, sería lo más proximo a aquellas pinturas combativas de razonar que tienen tanto que decir que al final no dicen nada. Casi idéntico a citar un desconocido, hacer alusión a lo que no se probo, a desterrar a lo que se ahora, pero ahora soy mucho más sencilla o me esmero menos.

No hay comentarios:

Publicar un comentario